Páginas

martes, 27 de noviembre de 2012

Carta a un desconocido













Autor: Jan Berdyszak. Cuaderno Nº11 - 1962.                                                                           Recopilación: Pere Salinas

Te escribo desde un sitio de mi tiempo, 
un lugar que habito
sin saber siquiera donde iré a parar.
He sabido besos tan malignos, 
que son como encontrarse
en un bosque en penumbras,
el peligro acechando,
el rostro arañado por las ramas. 
He conocido hombres invisibles
de corazón negro,
transformado en piedra.
Los he visto tripulando aviones 
marcando el objetivo
pulsando la tecla que cegará,
abrirá llagas,
quemaduras,
partirá niños en pedazos
vomitando muerte.
Los hombres de corazón negro
entraron en la frontera del destierro.  
Son alimañas que roen las entrañas
de cuerpos quemados que no huelen,
sangre que no ven,  
alaridos que no sienten.
Los hombres de corazón negro
van y vienen por el mundo
son legiones sin cerebro
ejecutando planes  
marcando objetivos:
seres de todas las edades
eran la nada,
círculo y cruz de la muerte de ese día
y del día siguiente
y del otro
y del otro.
Los días de sufrimiento de nunca acabar.
El horror que he visto hoy
y desde que tengo memoria
me  ha dejado sin aliento
pensando
qué lejos estamos del miedo y el dolor.
Hoy vi a los hombres de corazón negro.

Fernanda Martínez Gadea

 


domingo, 11 de noviembre de 2012

Otros mundos



Otros mundos

Ella nunca esperó que ese viento se fuera transformando en huracán... le temía a los vientos, sin embargo le atraían o tal vez era el vértigo del giro en espiral creciendo en forma incesante, intensa, amenazante.
Era un desafío sentirse en situación de peligro, lo conocido hasta ahora se iba transformando en agua y no sabía nadar. Le gustaban las luces y le faltaban certezas por eso a menudo perdía la brújula.
No le atraían los ríos ya que la tentación de cruzar a la otra orilla provocaba vértigo, lo que más le fascinaba casi tanto como los abismos era la inmensidad del océano. Sabía que allí podía perderse en profundos abisales sin saber siquiera donde detenerse, dónde iría a parar, o si moriría en el intento.
Sumergirse en el mar le causaba placer a la vez que se apoderaba de ella un gran estremecimiento. Era como intentar bucear, querer abrir los ojos bajo el agua y temer ser abrazada por una medusa, sin embargo ese mundo completamente desconocido seguía siendo una especie de aliciente a continuar en medio de la nada.
Esa sensación la había conocido en otros momentos y otras vidas, tal vez en mundos paralelos donde en vez de océano se internaba en una selva con toda la humedad, el calor, la lluvia y la latente amenaza de alimañas a las cuales temía.
Más que temor era horror, horror al  encontrar en algún sitio de la selva un lugar apartado, apacible, donde hubiera un lago en el cual podría ver su imagen reflejada y no reconocerse como tal, como era ella, como se había creído y construido hasta ese presente.
Lo peor fue despertar y ver que estaba sola, que no había sido una mala jugada de su imaginación, en realidad existía otro mundo y desde ese día no atrevió a mirarse más en los espejos de agua.

Fernanda Martínez Gadea
Paysandú, 29 de abril de 2011

sábado, 10 de noviembre de 2012

Silencios

Fotografía tomada en Cinema...Recife, Pernambuco, 2010.  Fernanda Martínez Gadea

Silencios









Era otra cuando paría aves solitarias.
Pasaban nubes al alcance de mi mano,
ignoraba dónde, en qué lugar habitabas.
Era lejos de ti, de mí, de todos.
Había tormentas rabiosas de piedras
que no dolían como tu silencio.
Cuántos silencios caben en un día.
Palabras gastadas sin pronunciar
tu sitio sideral hueco del mundo.
Allí donde nadie puede entrar.
Nadie es mi nombre donde no llega
el grito del viento, la llama desolada.

Fernanda Martínez Gadea